Me da a veces las gracias gente que no conozco de nada por los artículos que escribo. Me dicen que está muy bien todo lo que explico, lo que enseño, lo que critico y lo que ensalzo… que no se explican de donde saco tanto tiempo para aprender y explicar tantas cosas, que no entienden cómo tengo tanta pasión para hacerlo, que de qué manera mantengo la atención en cosas tan distintas. Siempre digo que simplemente me gusta lo que hago, pero en el fondo, soy lo que soy en gran medida gracias a mi padre.
Cuando eres pequeño te crees que tu padre es literalmente todopoderoso. Luego dicen que te haces mayor, que entiendes cómo funciona todo en la vida, y que obviamente descubres que todos tenemos límites, carencias, que somos humanos a fin de cuentas, y se te pasa esa admiración ciega por tu progenitor. A mi la verdad es que esto último no me ha pasado, a lo mejor es porque soy un inmaduro, o quizá, y esta es la opción que siempre prefiero, es porque mi padre es realmente maravilloso.
Si tengo un recuerdo de la infancia que seguramente no se borrará nunca, es a mi padre sentado en el suelo frente al equipo de música del salón, con un montón de vinilos y cintas poniendo música sin parar mientras me explicaba lo que sonaba. Tengo esa imagen en días de cielo azul, con la ventana del salón abierta y los rayos de sol reflejandose en el cristal del equipo de música, y en días de lluvia, con el salón ensombrecido por la falta de luz. Pero hay muchos más recuerdos. El de mi padre rebuscando entre cajas los altavoces de su viejo Symca 1000 para conectármelos a mi tarjeta de sonido imitación de Sound Blaster. El de mi padre sacando del armario su vieja –pero vieja de verdad– guitarra española y sentándose a explicarme una y otra vez el mismo acorde, que yo era incapaz de tocar porque me dolían los dedos al intentarlo y el diciéndome “las guitarras malas viejas cuestan más de tocar, el día que cojas una buena no te costará nada”. Recuerdo como sacaba su libro de partituras y tablaturas de toda la discografía de The Beatles y me decía que cuando yo supiera tocar tenía que intentar hacer una versión moderna de “Polythene Pam”, que seguro sería un éxito, y a él tocando unos pocos acordes de la canción mientras chapurreaba en su inglés parte de la letra.
Recuerdo cómo nos íbamos en el coche a dar una vuelta cerca de la playa del Saler, y por el camino me ponía cintas con los primeros discos de Queen, de Deep Purple, Triana, Sweet, Eric Clapton, Alan Parsons Project, Rick Wakeman… recuerdo con meridiana claridad cuando me puso una tarde el Radioactivity de Kraftwerk y me daba miedo aquella música, pero a la vez me intrigaba y le pedía que lo volviera a poner. Recuerdo una noche de verano que la televisión no funcionaba y estuvimos escuchando Tubular Bells y Tubular Bells 2 y opinábamos sobre la evolución de Oldfield. Recuerdo cómo estando yo enfermo de gripe llegó un día del trabajo y me dijo “me han hablado de varias emisoras piratas que ponen música de la que está de moda en discotecas” y se lanzó al equipo de música a sintonizarlas para que yo las escuchara y no me aburriera. Recuerdo cómo al hacerme mayor tenía cada vez más curiosidad por los maletines llenos de cintas que guardaba en un armario, y cogerlos sin su permiso para escuchar las cintas en mi primer walkman. Recuerdo su cara de asombro cuando vino a mi primer estudio en Alfafar y tras echar un vistazo me puso la mano en el hombro y me dijo que aquello estaba de puta madre.
Y con los años, y en perspectiva, esos recuerdos se han convertido en agradecimiento. Agradecimiento por ignorar al vecino de arriba cuando bajaba a quejarse de que tocaba la guitarra eléctrica demasiado alta. Agradecimiento por no quejarse al convertir mi habitación en una especie de centro de producción de música electrónica low cost. Por acompañarme a tiendas de segunda mano a dejarme el dinero que me faltaba para un ordenador mejor, o unos altavoces nuevos. Agradecimiento por dejar que metiera a toda mi banda de rock en casa para grabar una maqueta y no quejarse ni media palabra, por llevarme en su coche a cualquier hora al compromiso que tuviera. Agradecimiento por no quejarse de que mis amigos y yo le ventiláramos el Chivas mientras componíamos algo. Y sobre todo, por dejarme estudiar lo que me dio la gana con la única condición de que acabara lo que empezara.
Probablemente nunca viva yo lo suficiente para darle las gracias por todo, ni tenga ya el suficiente tiempo libre para ayudarle a sacar adelante el libro sobre The Beatles que se ha pasado años escribiendo. Mucho menos para conseguir explicarle que de muchas formas que el seguramente ignora o simplemente resta importancia, todo lo que soy hoy en día se lo debo al amor por la música que el me grabó a fuego de forma involuntaria.
Mi padre nunca ha sido adinerado, nunca se ha graduado en complejos estudios académicos, ni ha tenido un trabajo que le hiciera ganar el respeto de otros, pero ha sido la chispa que encendió la llama de lo que yo soy ahora. Por eso mismo no podría ni en cien vidas haber tenido mejor padre, así que si os gusta lo hago, dadle las gracias a mi padre.
Juer, qué homenaje… Qué edad tiene tu padre?
El mío escuchaba (muy de tarde en tarde) a Javier Solis, ya ves qué diferencia jajajaja.. Y creo que es Simca, no Symca.
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